jueves, 20 de agosto de 2009

La Travesía de Verne (III)

El sol brilla en el cielo y Verne anda por una poblada calle, con una sonrisa de oreja a oreja. La felicidad era tan sencilla de alcanzar que Verne se siente ridículo por haberla ignorado durante todo este tiempo. A los dos minutos se tiene que detener porque un hombre muy mayor se interpone en su camino de frente. El hombre, con los ojos desorbitados, le empieza a gritar:

- No soporto tu felicidad. Llevo 80 años en este mundo y tu estúpida expresión facial me recuerda que he perdido todo este tiempo esperando a que las circunstancias cambien para poder llegar a ser feliz, y lo único que he conseguido es quedarme solo. No soporto tu cara. Espero morirme de una vez y llevarme conmigo todo aquello que me recuerde que he estado todo este tiempo respirando por nada. Empezando por gente como tú.

El hombre cierra los ojos y cae fulminado al suelo. Alrededor la gente ni se percata y continúa caminando. Verne observa atónito la agónica cara del anciano. El tiempo está nublado, y Verne se dirige a su casa. Con la mirada perdida en las baldosas del suelo y la cara inexpresiva, masculla:

- Ese hombre... era yo.

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