Con el frío de la mañana en la cara y una lenta melodía en la cabeza que no cesa, el suelo de la calle se mueve. Haciendo un balance inconsciente, los pros y los contras, lo bueno y lo malo, lo transcurrido y lo que no transcurrirá. El suelo sigue moviéndose. El sol sigue sin aparecer. El calor viciado del metro golpea en la cara. Gente automática pica sus bonos, otros pasan bajo la valla. Yo soy otro más.
La melodía sigue en la cabeza, lenta, pesada, agónica, sublime. Echo en falta un mp3. Apunto en la cabeza que debo escucharla cuando vuelva a casa, sabiendo que cuando llegue no me acordaré. El tren se abre, unos entran y otros salen. Tomo asiento donde puedo y miro a la gente. Todos esquivan la mirada. Otros ni siquiera tienen.
Las cosas van bien. Uno se siente libre y con responsabilidades, acompañado, con muchas opciones, con personas recién conocidas que inspiran buenas sensaciones. Las cosas van bien. Deberían ir bien. La música sigue sonando en la cabeza. Aparece una nube sin nombre en el ánimo. Sin motivo, apesadumbrado.
El subsuelo de la ciudad me expulsa con las escaleras de metal y me encuentro con el hospital. Dejo de ser uno más tras enmascararme con una bata blanca. Las expresiones de la gente cambian, se suavizan. Aparece en las caras el temor a no ser escuchado, el miedo a morir, la resignación de la enfermedad, la gratitud ante las buenas palabras. Dejo de ser yo.
Con la sensación de estar estorbando me sitúo en primera línea para presenciar la extrema violencia controlada, la sangre que brota tras el escalpelo, que salpica con el taladro, el tintineo del hueso al caer al suelo, el olor de la carne quemada, el macabro humor. La personificación de cómo se puede hacer de todo una rutina.
Vuelvo a ser yo y las cosas van bien. Deberían ir bien. Pero la nube sin nombre sigue ahí. De momento.
Me encanta este relato.
ResponderEliminar¡Urgente un MP3 para el autor!
Loli.